domingo, 1 de agosto de 2010

CONTRA LA UNIVERSIADA 2015: contra la destrucción del territorio, contra el despotismo de los grandes eventos

"Hay épocas en que mentir no comporta ningún peligro porque a la verdad no le quedan amigos"

Hace ahora un año, en mayo de 2009, le fue concedido a Granada, que era la única ciudad que lo pretendía, el honor de organizar los juegos universitarios de invierno del año 2015. La Universiada, como todo el mundo sabe, es un evento de quinta categoría, pero su celebración se ha ganado el rotundo apoyo de los dirigentes locales (Ayuntamiento de Granada, Diputación Provincial, Universidad, Junta de Andalucía), y hasta del gobierno central, porque como todo 'gran evento' también éste permite avalar créditos extraordinarios, autorizar procedimientos de excepción, promover grandes obras, justificar todo tipo de sacrificios, repartir enormes plusvalías.

La Universiada forma parte de un proceso general de destrucción del territorio basado en los dos pilares de nuestra economía-basura, el turismo y la promoción inmobiliaria, y es, al igual que las autovías, las rondas de circunvalación, las líneas de alta velocidad o los vuelos low-cost subvencionados, resultado de la progresiva e irreversible adaptación del modelo productivo local a los requerimientos del capitalismo mundializado.

Dicho proceso de adaptación y de destrucción, en lo que a la cuenca del río Monachil se refiere, dio comienzo allá por los años sesenta, cuando, bajo los auspicios de la administración franquista y sus planes de desarrollo, se puso la primera piedra de la urbanización de Pradollano. Empresa mediana de discreta fama en sus primeros años; propiedad de diversos bancos en la década de los setenta y al borde de la bancarrota en la década de los ochenta, CETURSA fue finalmente absorbida por la Junta de Andalucía, dispuesta a convertirla en la joya de la industria turística regional, en su cementerio particular de altos cargos y en una de sus empresas públicas más endeudadas.

Los Campeonatos del Mundo de 1995 supusieron la definitiva "modernización e internacionalización" de Sierra Nevada; consagraban la reconversión iniciada una década antes y permitían llevar a cabo una larga serie de obras de gran impacto, gracias a las cuales la estación y la ciudad ganaban posiciones en los mercados turísticos nacional e internacional. De la mano de la iniciativa pública y en nombre del interés general se desdobló la carretera de acceso, se multiplicó el número de pistas y remontes, se edificó hasta el último metro disponible; se introdujo asimismo la nieve artificial, se entubó el río Monachil desde su nacimiento, se construyó un gran embalse de almacenamiento y se inauguró el parking subterráneo más grande del país.

Ese mismo espíritu de "modernización y desarrollo" preside quince años después el proyecto de la Universiada, que nuestros dirigentes contemplan como una magnífica oportunidad para seguir endosándonos equipamientos e infraestructuras, nuevamente "vitales" desde el punto de vista del interés general que ellos administran en exclusiva y sencillamente "devastadores desde el punto de vista del sentido común" (cfr. Álvaro García, Retablo de la devastación). Las actuaciones previstas para la estación, recogidas desde hace años en un Plan Estratégico Sierra Nevada 2007-2017, han encontrado en la Universiada una coartada perfecta, que permite justificar, entre otras joyas del bien común, quince nuevos kilómetros de pistas (con sus correspondientes desmontes, remontes y empalizadas) o un enésimo parking, éste en la zona de los Peñones de San Francisco.


Ahora bien, a nadie se le escapa que el verdadero envite de este Plan ciertamente estratégico es por el agua: se trata de ganar la práctica totalidad de las aguas del río Monachil, y buena parte de las del Dílar, para la causa de la estación y sus necesidades industriales, pues sólo así se asegura su crecimiento futuro y hasta su misma supervivencia. De 442 cañones de nieve que ya hay instalados será preciso pasar a 670; y habrá que duplicar en consecuencia la red de balsas de regulación, estaciones de bombeo y tuberías de distribución que dicho sistema de innivación requiere. CETURSA ha solicitado una nueva captación de aguas del río Monachil, con la que aspira a desviar y gastar legalmente 121 litros por segundo de un caudal total estimado en 148. Del mismo modo, pretende legalizar y, por qué no, ampliar las diversas tomas, todas ellas fraudulentas, que viene haciendo en el río Dílar desde tiempos casi inmemoriales, así como el trasvase entre cuencas -otro hecho ilegalmente consumado-, que se sirve de la extinta laguna de las Yeguas como segundo embalse de regulación.

Las consecuencias que estas actuaciones tendrían aguas abajo, para la agricultura y hasta para el mismo abastecimiento a las poblaciones, pueden parecer gravísimas; no en vano lo son, pues una alteración semejante de los regímenes hídricos en las cabeceras de los ríos Dílar y Monachil significa la extinción segura de acequias, acuíferos y fuentes, y de buena parte de todo lo que de ellos depende. Nuestros dirigentes, sin embargo, aseguran que "esta explotación de los recursos hídricos es completamente sostenible"; o, como ha podido decir cierta directora general de CETURSA, que "el desarrollo de Sierra Nevada será totalmente respetuoso con la naturaleza". Sin duda conocen la ley de esta época ("todo lo que no pueda ser capitalizado habrá de desaparecer"); saben pues que la conservación de la naturaleza puede ir pareciéndose cada vez más a su destrucción. Y aprecian además en su justo término la valiosa contribución de todas estas medidas a la definitiva ordenación del territorio y a la continuación de la guerra económica en curso. Pues, ¿qué mejor manera habría de hacer entrar en razón al puñado de agricultores recalcitrantes que aún se resiste a abandonar sus campos que negarles el agua de riego en nombre del verdadero desarrollo económico? ¿Cómo si no iba a terminarse de museificar, y de urbanizar, una Vega en la que, tal vez, aún podrían arraigar las plantas y las gentes? ¿Y qué otro modo hay de hacer saber lo que vale el agua que volverla definitivamente escasa, además de contaminarla durante décadas? ¿Cómo si no podría crearse y costearse una industria de la calidad del agua -la sofisticada industria de canalización, descontaminación, depuración y reutilización que EMASAGRA y demás gestores de la escasez programada ponen a disposición de sus clientes- si no existe previamente un mercado para ella, es decir, si dicha calidad aún no ha sido completamente arruinada, si no se ha conseguido que deje de ser abundante, limpia y gratuita?

Hemos de luchar contra esta expropiación sistemática de los bienes esenciales; contra el saqueo organizado en que consiste todo el programa actual de gobierno. Y hay que empezar, en primer lugar, luchando por la verdad, pues en esta guerra la verdad es el primer bien que resulta aniquilado. Los dueños de la sociedad se saben administradores únicos de las condiciones de existencia y pueden precisamente por eso decir las mentiras más burdas sin tener que faltar a la verdad, del mismo modo que dicen la verdad sin dejar por ello de soltar los mayores embustes. Estas líneas quisieran contribuir a que todos aquellos que se oponen a la destrucción del territorio a manos de la sinrazón económica empiecen a hablar, y a aliarse; y a que la verdad vaya ganando unos cuantos amigos, para que deje de confundirse con la mentira. Para que mentir como nos mienten empiece a tener consecuencias.

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